A Comer...

Lista de excesos que estoy dispuesta a prodigarme en esta vida. Puede haber: comidas, golosinas, bebidas, objetos, gente y las más diversas entidades que me despierten el deseo de llevármelas a la boca.
No se aceptan excusas, mami viene con el avioncito...

domingo, 18 de abril de 2010

Café Starbucks

Oh, medio litro tall de café Starbucks.
Fantástico vaso de café del día. Delicia de los oficinistas. Alegría de las ancianas charlatanas. Escudo de las mujeres pensativas.
Cuánta felicidad siento cuando las empleadas estampan mi nombre en el vaso. Es tan cercano a la posesión que da un poquito de susto.
Escucho el nombre del chico que me precede: Damián que eligió un pequeñísimo expresso.
Escucho el mío: Laura y mi vaso tall se yergue por encima de todos con autoridad.
Casi no queda edulcorante pero yo lo tomo amargo.
Casi no quedan sillas pero hay una vacía frente a Damián y pongo cara de chica perdida. Damián hace una seña y se pierde en su celular. Apenas le falta un trago para irse.
Temo abrir mi netbook y que la torpeza de siempre haga que el escandoloso tall caiga entre las teclas. No habremos de llorar sobre la leche derramada pero sí sobre el Starbucks.

domingo, 11 de abril de 2010

Lapicera Roja


Quiero una lapicera con cartuchos recargables y tinta roja. Que se adapte a mi mano. Que sea fácil de conseguir. Que escriba blanda y veloz. Que destile sangre. Que no se detenga en los poros del papel. Que escriba en todas las posiciones posibles. Que sea roja por fuera y por dentro. Que tenga rojo el capuchón.
Ergonómica, irresistible, parecida al rouge con el que nunca me maquillaré.
Un rojo caperucita. Un rojo bermellón. Un rojo como el de las cajas de bombones de película americana que tanto detesto.
Un rojo descontrol. Un rojo como los del zapato del cuento de Andersen. Un rojo pecado. Un rojo lingerie: un rojo subido a stilettos, con bragas y corpiño de encaje. Un rojo sin pudores.
Quiero escribir sobre la excitante idea de escribir con una lapicera con cartuchos recargables y tinta roja.
Quedo a la espera de Mr Parker.

Helado de chocolate y avellanas


Dos veces por semana almuerzo un cuarto de helado de chocolate y avellanas. Descubrí que no es sólo por comer algo que me gusta sino el placer de ser desordenada, adolescente y compulsiva lo que me lleva a esa elección.
Cuando vivía en Banfield conocía un heladero que le agregaba cremas, salsas y confituras de colores. Siempre terminábamos hablando con cierto sentido del deleite y lo bacanal de los postres helados que, con sabiduría, escondía en su freezer. De las capas que tenían, de las ocasiones para las que convenía reservarlos.
Una vez me llevé uno. Era fantástico, opulento y gigante. Lo terminé en una noche. A la mañana siguiente estaba tirada en la cama, sin poder moverme y sin recordar lo que había ocurrido. Marqué el número del portero del edificio por si tenía una copia de mi llave y podía venir en mi rescate. Estaba a pocas cuadras pero vino. Se encargó de recibir al médico.

Lemon Pie


Mi madrina estudió repostería. Ella dice que hay varios trucos para hacer falsos lemon pie: un menjunje de leche condensada, abuso de esencia de limón y otros etcéteras en los que fue adiestrando mi paladar para que no cayera en la tentación de sucumbir ante cualquier producto que se vendiera como lemon pie.
Acostumbra regalarme uno para mi cumpleaños, fecha en la que suelo estar atascada en las tortas de chocolate que yo misma me preparo. Nada del otro mundo: un bizcochuelo de chocolate que tengo que encargar ex profeso en las tiendas de fiestas infantiles porque los chicos prefieren el de vainilla.
Le hago dos cortes. En uno pongo dulce de leche, merenguitos aplastados con las manos y avellanas. En el otro pongo crema moka y trocitos de mantecol y chocolate semi amargo made in Bonafide. Cuando termino de rellenarla la cubro con cobertura de chocolate y una lluvia de Rocklets.
Repito: fecha en la que suelo estar atascada en las tortas de chocolate que yo mismo preparo. Repito: muy mala fecha para el lemon pie.
De todas formas, si mi apetito se empeña, le hundo una cucharita, y después otra, y después otra. Hasta que la cara se me llena de merengue y el sopor de la gula deja lugar a la pereza.
Madrina, gracias por fantástico shock de soplete.